miércoles, 1 de agosto de 2012


DOS TOROS

Dr. Moisés Tacuri García.

Eran dos toros con parecidas apariencias físicas pero con un trato tan diferente, tanto como su destino y forma de vivir, uno vivía en una granja la cual estaba separada por un alambrado de pùas de una Ganadería vecina donde se criaban toros de lidia, el toro de la granja se llamaba “Manchas”, cuyo dueño lo llamò asi  porque era un toro con piel de fondo blanco con manchas negras, irregulares y grandes.

 El otro toro que pastaba en la ganadería aledaña se llamaba “Idílico”, un hermoso toro de lidia castaño de piel, con enormes astas que realzaban su belleza e imponente figura, cuyo nombre correspondìa al nombre de su madre “Idìlica”, vaca muy brava y de acometida noble, que alguna vez su dueño presentìa que traería gloria y triunfo a su ganaderìa.
 

“Manchas” compartía sus días al lado de muchas gallinas, cerdos, patos y el granjero cada día, le ponía unas vigas de madera en la nuca, atado a su cornamenta  llamado yugo que le ocasionaba un disconfort enorme porque ello significaba que minutos después tiraría de un arado al lado de un compañero y si se detenían les caerían latigazos o golpes con unas ramas, lo que lo obligaba a seguir tirando del arado en esa dura monotonía diaria,  esta era su vida rutinaria, yendo de un extremo a otro de las chacras del granjero, creando surcos para que luego este siembre y llegar rendido por la tarde a su humilde corral.
 

“Manchas” veía como su dueño tomaba decisiones algunos días y  le decía a sus empleados, que toros y vacas eran las escogidas para ir al camal a ser ultimados indefectiblemente dichos dìas, y nunca más regresar, por que este era el orden de las cosas, por que su vida ya estaba programada por los humanos,  que no le pertenecía a èl, nunca le perteneció, sabía que no gozaría los mismos privilegios que el gato ni el perro del Granjero que eran bien alimentados y que por el solo hecho de hacer pantomimas y monadas tenìan el derecho a permanecer junto a sus amos, “Manchas” sabía que un buen día sería escogido y lo llevarían al Camal a ser sometido a una “Faena” o “beneficiado”, nombre pomposo que equivalía a ser muerto, descuartizado y sus músculos  tanto como sus vísceras irían a parar  a las refrigeradoras o a la mesa de los comensales convertidos en sendos churrascos, deliciosas maruchas, anticuchos o pancitas.
 
“Manchas”, pertenecía a ese grupo de animales que impostergablemente estaba destinado a arar y morir algún dìa para alimentar a los humanos, y convertir además su piel ,luego de curtido, en correas, calzados y otros tantos adminículos de cuero, sabía, todo eso sabía y regresaba cada tarde a su corral para rumiar su destino.

“Idílico” por su parte abría los ojos muy temprano en medio del follaje de su dehesa o ganaderìa, hinchaba de aire puro sus pulmones y disponía de campos muy extensos para caminar y correr libremente y cuando tenía hambre, sabía donde su ganadero le dejaba los mejores forrajes y alimentos concentrados que los degustaba feliz, tenía mucha vacas a disposición que lo miraban con respeto, porque su solo mugido infundía miedo, ocasionalmente se detenía ante un árbol a afilar sus pitones y miraba a los patos silvestres alzar el vuelo, correteaba conejos salvajes y veía las grandes llanuras que eran solo para él y su manada, a veces peleaba con otros toros más jóvenes que osaban retarle y siempre salía victorioso, viendo como los impertinentes rivales escapaban de sus afilados cuernos.


Otras veces se miraba en el agua de los tantos estanques que había en su amplio territorio y contemplaba su bella figura , “Idílico” era pues, un inmenso toro de lidia, dicen que sus padres fueron muy bravos y de hecho èl también lo era y así discurrían los días de “Idílico”, asì como cuatro primaveras,  pero a pesar de ello, sabía que algún día su destino era morir, pero a diferencia de “Manchas”, este moriría peleando por su vida, peleando en un ruedo ,enfrentando a un hombre vestido de  vistoso traje que refulgía al sol llamado traje de luces.

Ocasionalmente “Manchas” e “Idílico” cruzaban miradas, siempre separados por la alambrada, alambrada que separaba sus destinos, que separaba sus vidas, que separaba una granja y una ganadería de toros de lidia, que marcaba esa gran diferencia de morir sin pena ni gloria o morir batallando.

Una tarde al llegar “Manchas” a su corral, cansado de tanto arar, como tantos otros días, escuchó a su amo decirle a su empleado, ¡¡¡mañana cargas a “Manchas” al camión y lo llevaremos al camal, me ofrecen buen precio por él!!!, y “Manchas” supo ese instante que su sentencia de muerte estaba dada.

Muy temprano por la mañana “Manchas” fue subido al camión al lado de otros toros y vacas, eran los escogidos para ser llevados al Desolladero, subió, no sin oponer resistencia vana, al camión, entre mugidos de sus congèneres, sintió cerrarse las compuertas del camión y entre el traqueteo del vehículo y golpes de sus compañeros, se detuvieron luego de varias horas en un sitio donde al bajar viò que el piso estaba teñido por un manto rojo de sangre y varios humanos con botas de jebe y mandiles portaban en sus manos filudos cuchillos, y los partìan en pedazos, poco a poco sus compañeros entraban por un delgado corredor llamado “Manga”, llegaban a un estrecho cubo de concreto llamado “Cuba de aturdimiento”, donde veía que unos hombres les propinaban combazos para aturdirlos y no ofrecer ninguna resistencia al momento de ser ultimados inmisericordemente introduciéndole en varios intentos un cuchillo por la nuca, al alzar la vista vió que sus compañeros eran colgados uno a uno de sus patas en un sistema de cadenas y poleas como la ropa que colgaba su ama en esos lejanos días de sol, uno tras otro, muertos, el fin se acercaba, ya su destino estaba escrito, era lo inexorable, “Manchas” siente un golpe en el cràneo, todo se hace borroso, moriría indefectiblemente y nada ni nadie podría evitarlo .
 

Ese mismo día en los predios vecinos a la granja de “Manchas”, “Idílico” subía también defendiéndose fieramente a unos cajones llamados “Jabas”, al lado de cinco toros más de su ganadería, toros tan fieros como él, y eran encajonados cuidadosamente. Los seis toros incluyendo “Idílico”, constituían el encierro que habría de lidiarse en un coso cercano. Su momento de morir también había llegado, después de largas y tediosas horas, los bajaron uno a uno con mucho cuidado a unos corrales amplios llamados “Chiqueros”, al costado de un coliseo abierto al cielo, donde encontraron alimento y agua.
 

A diferencia de “Manchas” y sus amigos, Ellos esperarían algunos días hasta que llegue la tarde donde su vida penderìa de un hilo y se les daría la oportunidad de luchar por ella.

Son las tres y treinta de la tarde el sol parte el Coso en dos en “Sol” y en “Sombra”, hay mucha gente en los tendidos que arman un barrullo descomunal, “Idílico” sabe desde la mañana, en que unos hombres hicieron una especie de sorteo, que será el primero en salir al ruedo, escucha el toque de un clarín y los compases de una melodía llena la tarde y escucha a mucha gente gritar aplaudir y hablar. Suena otro toque de clarín y ve que la puerta se abre solo para él , ya no ve a sus otros compañeros, cada uno ha ido a parar a celdas distintas, al fondo del corredor  observa que un hombre ataviado con un traje de oro, se persigna y se arrodilla con una capa grana y lo llama.


Siente que su sangre hierve y siglos de casta emergen a través de sus bufidos, empieza a correr y embiste, pero el hombre de traje vistoso y brillante una y otra vez lo elude, es una lucha sin cuartel, “Idílico”, no se rinde, no saca la lengua de fatiga, ni escarba el suelo, solo embiste, embiste una y otra vez, decenas de veces, ya el hombre de traje brillante ha cambiado su capa granate por un paño muy rojo como la sangre y escucha a lo lejos una bella melodía, y por las bocas de la gente escucha “olee, olee” una y otra vez, muchas veces.


Calla la música y ve que el hombre de traje brillante saca un filudo estoque e “Idílico” sabe que ha llegado el fin, el fin de sus largos años de libertad, el fin de todo, pero algo pasa, la gente grita desenfrenadamente una palabra que no sabe lo que significa ¡¡¡Indulto!!!, ¡¡¡Indulto!!!, ¡¡¡Indulto!!! Y ve que la Plaza se llena de pañuelos blancos, el hombre de traje brillante mira dubitativo, y al fondo ve que un señor elegante saca un pañuelo anaranjado.



 “Idílico” se apresta a embestir cierra los ojos ante el fin cercano y en vez de una filuda espada que penetre sus carnes siente la palma tibia de la mano del torero. Abre los ojos y piensa que es un sueño, que debe estar en la otra vida, pero nó, está allí, bien parado, pisando la arena caliente por el sol de la tarde , mirando a la gente aplaudir estruendosamente. “Idílico” ha sido indultado ha sido uno de los pocos toros privilegiados del planeta que no ha de cumplir su inexorable sino de morir, ve que se abre la puerta de donde salió y que lo conducirá a los corrales, ingresa instintivamente por el y escucha perderse a lo lejos miles de aplausos, no entiende lo que sucede pero sigue vivo, siii, vivo¡¡¡.
 

Es madrugada del día siguiente, “Idílico” ha regresado a su dehesa, es curado de sus heridas afanosamente por unos doctores, lo acicalan y ve a lo lejos a su dueño, a su ganadero, con una sonrisa de orgullo y a la vez de felicidad, comentando con sus amigos sobre él, sobre su nobleza, sobre su bravura, sobre esa gran lucha que librò la tarde anterior,  sobre el galardón que ha obtenido para su ganadería, de cómo se ganó y se le perdonò la vida.

 Una vez curado de sus superficiales heridas, es devuelto nuevamente al campo, a ese campo que lo vió nacer, y lo verá morir pero de viejo cuando ya la naturaleza, la misma de la que ningún ser vivo se escapa, algún día nos la traerà, pero han de pasar muchos años aùn , donde “Idílico” seguirá gozando de una buena comida, seguirá corriendo por sus extensos campos y esta vez tendrá muchas vacas, por lo menos treinta para engendrar toros similares a èl, nobles y bravos y el dìa que la vejez y la muerte toquen a su puerta, su cabeza será disecada y formarà parte del salón de su amo y en una placa de bronce al pie de su cabeza se escribirà su nombre : “Idìlico” y ese nombre serà recordado por generaciones enteras, aùn mucho tiempo después de esa gloriosa gesta.
 

“Idílico” mira a través del alambrado pero ya no ve a “Manchas”, nunca más lo verá, porque así es el orden de las cosas, porque “Manchas” perteneciò a esos cientos de miles de reses, a ese 95% de bovinos que cada dìa son ultimados para el consumo y otros beneficios para los humanos, porque así lo dispuso el hombre, por los siglos de los siglos…